JOHN M. HOBSON – Los Orígenes Orientales de la Civilización de Occidente

“Los Orígenes Orientales de la Civilización de Occidente”, del historiador y teórico político John M. Hobson, es una obra que llega para sacudir el pedestal sobre el que durante siglos ha reposado la narrativa eurocéntrica de la historia universal. Con una prosa clara, argumentación sólida y una minuciosa investigación documental, Hobson desmonta meticulosamente la construcción mitológica según la cual Europa se erigió como cuna exclusiva del progreso, la modernidad, el capitalismo y la ciencia. Su tesis es tan provocadora como bien fundada: la llamada civilización occidental, en su génesis y desarrollo, debe muchísimo más a los pueblos de Asia, África y Medio Oriente de lo que la historiografía tradicional ha estado dispuesta a admitir.
El libro no se contenta con denunciar el sesgo eurocéntrico; lo expone como una fabricación ideológica deliberada, nacida del colonialismo y del impulso por justificar la supremacía occidental desde el siglo XVIII en adelante. Hobson analiza cómo Occidente ha robado conceptos, tecnologías, instituciones e incluso modelos económicos enteros a las civilizaciones orientales, para luego reempacarlos como creaciones propias. Pero no se trata de una acusación basada en conjeturas o intuiciones: el autor documenta detalladamente cada transferencia cultural, cada préstamo técnico, cada proceso de asimilación disfrazado de invención endógena. Su reconstrucción histórica se apoya en fuentes primarias y secundarias de un rigor encomiable, lo que le permite refutar con firmeza las narrativas hegemónicas.
Uno de los pilares fundamentales del argumento de Hobson es que mucho antes de que Europa comenzara a despuntar en términos económicos o científicos, ya existían civilizaciones orientales sumamente sofisticadas, con desarrollos tecnológicos y organizativos que harían palidecer a cualquier ciudad-estado renacentista. China, India, el mundo islámico y África del Norte no solo estaban cultural y económicamente avanzados, sino que además sirvieron como verdaderos motores de innovación. La pólvora, la imprenta, la brújula, las técnicas agrícolas avanzadas, los sistemas bancarios complejos, todo ello precedió largamente al ascenso europeo. La idea de una Europa inventando de la nada la modernidad es, según Hobson, una fantasía útil a los intereses del imperialismo.
El autor dedica también considerable atención a cuestionar el relato sobre el capitalismo como creación netamente europea. Lejos de atribuir el nacimiento del sistema capitalista a una supuesta ética protestante o al espíritu emprendedor inglés, Hobson señala que los primeros mercados realmente globales fueron construidos por los árabes, los chinos y los comerciantes del Índico, cuyas rutas comerciales, estructuras crediticias y sistemas fiscales formaron el verdadero embrión del capitalismo moderno. Europa, en esta visión, aparece más como un beneficiario tardío —y no pocas veces violento— de una red económica mundial ya existente, que como su progenitor visionario.
Hay un elemento particularmente revelador en la manera en que Hobson narra el tránsito de la hegemonía oriental a la occidental: no se trata de una evolución natural o inevitable, sino de una ruptura histórica forzada por la expansión colonial europea. El autor insiste en que la superioridad militar occidental fue la única carta real que permitió su ascenso, y que el despojo sistemático de los saberes y riquezas orientales fue lo que cimentó la base material del llamado milagro europeo. El Renacimiento, por ejemplo, lejos de ser una resurrección espontánea del espíritu grecolatino, habría sido, según Hobson, alimentado por el flujo constante de conocimientos provenientes del mundo islámico y bizantino.
A lo largo del texto, Hobson no se limita a exponer las conexiones ignoradas entre Oriente y Occidente, sino que también denuncia cómo la academia occidental ha contribuido activamente a borrar o minimizar esas influencias. El autor señala que muchos historiadores, al adoptar una mirada lineal, evolucionista y autocentrada, han construido una narrativa autocelebratoria que presenta a Europa como una excepción luminosa en medio de la oscuridad global. Esta visión, que tiende a considerar las otras culturas como estáticas, despóticas o irracionales, ha sido instrumental para legitimar tanto la dominación colonial como las políticas contemporáneas de intervención.
Un aspecto fascinante del libro es su capacidad para articular una crítica epistemológica a la vez que ofrece una nueva síntesis histórica. Hobson no propone simplemente reemplazar un eurocentrismo con un asiacentrismo o islamocentrismo; su proyecto es más ambicioso: se trata de reconocer la interdependencia global como matriz histórica real, de aceptar que las civilizaciones no florecen en el aislamiento sino en la interacción, en el conflicto y en el intercambio. En este sentido, el libro plantea un verdadero desafío para quienes aún sostienen una concepción nacionalista, esencialista o lineal de la historia.
Sin embargo, sería un error leer “Los Orígenes Orientales de la Civilización de Occidente” como un panfleto ideológico. Si bien el tono es crítico y su postura es clara, Hobson demuestra un dominio admirable del detalle técnico, del contexto histórico y de las fuentes académicas. Su prosa, sin ser barroca ni artificiosa, está cargada de precisión conceptual y de una ironía sutil que dinamiza la lectura. Se nota que el autor no escribe desde la indignación sino desde la convicción académica, lo que otorga a su discurso una autoridad difícil de refutar incluso para quienes discrepen con sus conclusiones.
Desde luego, el libro no ha estado exento de controversia. Varios académicos han criticado su enfoque por considerarlo excesivamente reactivo o por subestimar ciertos aportes genuinamente europeos. Pero incluso estas críticas, al final, confirman la relevancia de su propuesta: Hobson obliga a repensar, a contextualizar, a cuestionar los marcos desde los cuales se enseña e interpreta la historia. En un mundo cada vez más globalizado pero aún dominado por jerarquías heredadas del pasado colonial, su obra se convierte en una herramienta imprescindible para cualquier esfuerzo serio de descolonizar el conocimiento.
En términos pedagógicos, el libro se presenta también como una excelente puerta de entrada para quienes buscan repensar la historia mundial desde una óptica crítica. Puede ser leído tanto por estudiantes de historia como por investigadores en ciencias sociales, filosofía política, relaciones internacionales o estudios culturales. De hecho, uno de sus mayores logros es demostrar que la historia no es una sucesión de hechos inmutables, sino un campo de disputa donde las ideas, las interpretaciones y las omisiones son tan importantes como los documentos o las fechas.
Así, “Los Orígenes Orientales de la Civilización de Occidente” no solo corrige errores históricos; también actúa como un espejo incómodo para el pensamiento occidental, obligándolo a mirar más allá de su reflejo narcisista. Su lectura es reveladora, no porque proponga un relato alternativo sin fisuras, sino porque invita a complejizar, a matizar, a incorporar las voces y los logros que durante siglos fueron silenciados. Es una obra que no busca tanto reemplazar la historia dominante como desmantelarla para abrir paso a una narrativa más inclusiva, plural y, en definitiva, más verdadera.
En suma, el libro de Hobson constituye una contribución indispensable al debate sobre la historia global. Su ambición intelectual, su rigor documental y su capacidad para cuestionar los dogmas más arraigados hacen de esta obra un hito en los estudios históricos contemporáneos. Quien lo lea con mente abierta no volverá a mirar la historia de la civilización occidental con los mismos ojos. Y quizás, solo quizás, eso sea el primer paso hacia una comprensión más justa del mundo que habitamos.

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Por ganz 1912

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